Cuando caminamos por una calle poco transitada nos ponemos en alerta por el temor a ser sorprendidos por algún maleante; desde un par de décadas hemos tenido que modificar algunos hábitos para mitigar riesgos y hoy día destinamos parte del gasto familiar para proveernos de seguridad.
Si bien la función primaria de un Estado o Nación es brindar seguridad a sus habitantes, desafortunadamente no podemos confiarnos de todo a las instituciones estatales, y por eso invertimos en un bien clave para nuestro patrimonio y tranquilidad familiar: en la seguridad.
En lo que toca a la llamada Seguridad Social, tampoco podemos confiarnos sólo a lo que haga el Estado, pues tanto los servicios de salud como prestaciones económicas y sociales como las pensiones, también pueden estar en riesgo por diferentes situaciones.
En principio, acceder a la seguridad social depende de tener un empleo formal; caso contrario hay que pagar, o bien sujetarse a la cobertura del Seguro Popular en materia de salud o a la ayuda para adultos mayores (70 y más) como pensión.
También el mercado tiene diversas ofertas, en lo que toca a salud a través de seguros de gastos médicos, mayores y menores, o seguros de retiro y rentas vitalicias para pensiones.
La nueva realidad demográfica de México es que viviremos más años y por tanto enfrentaremos enfermedades más complejas propias de la vejez, cuyos tratamientos suelen ser más costosos.
Así que resolver estos desafíos en el seno familiar es de toda relevancia para nuestra tranquilidad, y en especial para no poner en riesgo el patrimonio de llegar a presentarse un incidente de salud o en su momento enfrentar el retiro de la vida laboral.
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